Publicado el 18/12/2022

Escapada a Mar del PLata

Mar del Plata, también conocida como la ciudad feliz, es sin duda un lugar maravilloso, lleno de atractivos para conocer en cualquier época del año. Siempre vale la pena hacer una escapada a Mar del Plata.

La ruta 2 en sí misma es sinónimo de vacaciones. La autopista que nos conecta con el disfrute de las vacaciones o de una escapada a la costa atlántica para “cambiar el aire” y renovar energías. Ya pasando el cruce de Etcheverry la ciudad desaparece y el campo verde de la pampa bonaerense se hace presente. Son 4 horas hasta “la feliz” por esta autopista que también, tiene por supuesto sus lugares clásicos y emblemáticos.

La primera parada, suele ser Atalaya, la clásica cafetería con sus famosas medialunas se encuentra antes de llegar a Chascomus, y es una parada obligada. El primer contacto con el descanso. Este famoso parador está abierto desde 1942 y se ha convertido en un lugar emblemático. Sin embargo, y para ser sincero, dista mucho de ser lo que era hace unos años, cuando aún tenía ese aire retro y los mozos atendían cada mesa con las jarras de café y leche, y uno pedía la carta para ordenar su pedido. Era también un restaurante en el que se podía comer, y donde se vendían productos regionales. Hoy Atalaya se ha convertido en un lugar de comidas rápidas como cualquier otro, sin mozos y donde el café se sirve en vasos de plástico. Hay que hacer cola para pedir, para pagar, y para esperar el pedido.  Ha perdido todo el atractivo y magnetismo que algún día tuvo, y creo que no es mucho más grato y económico que cualquier otro lugar. El resto de la ruta es lo ya conocido. Una sucesión de pueblos por la que pasamos sin siquiera saber de qué se trata.

En alrededor de 4 horas estaremos llegando a Mar del Plata. Una alternativa interesante, sobre todo si llegamos de día, es tomar el desvío que va por Santa Clara del Mar y conectar con la ruta 11, que nos llevará hasta la ciudad bordeando el  mar por sobre los acantilados. A lo lejos, comienza a verse la silueta de los edificios más emblemáticos.

Para una escapada lo ideal es alojarse en una zona que sea estratégica. Esto es, cerca del mar, cerca del centro, y cerca también, por qué no, de la calle Güemes, el lugar comercial más concurrido de la ciudad, lleno de negocios de ropa, bares y restaurantes. En este caso nos alojamos en el hotel Denver, un 3* que tiene mejores comentarios que lo que el hotel vale, donde el punto más flojo son sus habitaciones. Sin embargo tiene una ubicación excelente, un muy buen desayuno, y una pequeña piscina cubierta para relajarse luego de un día movido.

El primer día dejamos el auto estacionado. Nos espera un largo día de caminata, y por supuesto lo más importante es el mar. Todo el paseo de la costa marplatense es un lugar imperdible, una caminata placentera en contacto con el mar verde que vale la pena. Comenzamos a la altura del casino, con sus famosos lobos marinos y lentamente avanzamos en dirección sur hacia la zona del puerto. Atravesamos la playa Bristol, una de las más populares durante el verano para llegar a Punta Piedras, donde está el Torreon del Monje, edificio estilo gótico construido en el año 1904, uno de los íconos de la ciudad que fue sede del aristocrático Pigeon Club local (tiro a la paloma) y del Círculo de Oficiales de la Marina. Pero hace años que allí funciona una confitería y restaurante con hermosas vistas al mar. Continuando por el pasaje Jesus Galindez, la costa se torna rocosa y las olas rompen con fuerza mojando a los caminantes desprevenidos. Los fines de semana suele funcionar allí una interesante feria de artesanos.

Al final, y justo al comienzo de playa Varese, está la finalización de la Avenida Colón, una de las más importantes de la ciudad, y allí, con una hermosa terraza con vistas al mar, otro lugar emblemático, Tio Curzio, que a esta altura será una excelente excusa para parar a descansar y tomar un café disfrutando de las vistas al mar y la ciudad.  Finalizando la playa Varese, llegamos a Cabo corrientes, donde está el monumento al almirante Guillermo Brawn y un mirador desde el cual se puede ver la costa y la ciudad hacia el norte y hacia el sur. Continuamos por Playa Chica y su costa rocosa, playa Grande, donde está el hotel Costa Galana, para finalizar el paseo por la costa en la escollera Norte, donde comienza la base Naval y el puerto de Mar del Plata.

De regreso aprovechamos para volver por la calle Güemes y recorrerla en toda su extensión, desde la Av. Juan B Justo hasta la Av. Colón en el centro. Güemes es actualmente “el lugar” de Mar del Plata, el centro de la movida comercial y gastronómica que en las horas pico se llena de gente que sale a pasear y disfrutar de una atmósfera sumamente agradable. También en la zona más comercial, las calles vecinas como Olavarría han tenido un importante crecimiento comercial impulsado por locales gastronómicos. Vale la pena recorrer estas calles arboladas con sus casonas de estilo clásico marplatense. Es un lugar muy agradable.

Llegar al hotel y tener una piscina climatizada es una bendición. Es la mejor manera de descansar, relajarse y recuperarse después de un día de largas caminatas.  Y luego de un reparador descanso, llega la hora de la cena en una ciudad que tiene muchas, buenas y variadas propuestas gastronómicas. Una vez más decidimos ir a un lugar clásico de la zona de Güemes, el comedor Stella Maris, un simpático restaurante que funciona en una casona antigua, con aires de bodegón y cuyas especialidades son sobre todo los pescados y mariscos. Situado en la esquina de las calles Carlos Alvear y Alberti, funciona desde el año 1960 y tiene un ambiente agradable, ambientado al estilo de un bodegón con una barra antigua y paredes blancas decoradas con cuadros y objetos antiguos, con precios bastante razonables.

Al día siguiente arrancamos temprano, esta vez con el auto, para hacer un hermoso y agradable paseo a las sierras y laguna de los Padres, a tan solo 20 minutos de la ciudad. El camino comienza tomando en el centro la Av. Pedro Luro, que se transforma en la ruta 226, que al salir de la ciudad se hace doble mano. De repente el paisaje se transforma ingresando a un entorno natural con diferentes tonalidades de verdes, ambientes rurales, bosques, campos sembrados y las suaves ondulaciones de las sierras hasta llegar al camino de ingreso a la pequeña villa. Este camino es realmente agradable, lleno de casas quintas y bosques. Hay muchos lugares que venden frutas, verduras, plantas y artesanías hasta el ingreso al pequeño centro comercial que en los últimos años ha crecido bastante con la construcción de locales y galerías comerciales, construidos en el estilo característico del lugar en piedra y madera. Hay muchos locales que venden artesanías de la zona, antigüedades y dulces caseros y también bares y restaurantes para descansar y disfrutar de un momento agradable.
Un camino que zigzaguea entre hermosas casas y bosques sube a la sierra donde también se ha formado un pequeño centro comercial y gastronómico que los fines de semana se llena de gente. Desde este lugar hay una hermosa vista del pueblo y el paisaje serrano que lo circunda.

A poca distancia y saliendo del pueblo se llega a la Laguna de los Padres, un hermoso espejo de agua rodeado de bosques, que fue transformado en reserva natural en el año 2011, y que es un sitio ideal para desconectarse y pasar un día de descanso en contacto con la naturaleza. También es un lugar histórico ya que se encuentra en sus orillas la reconstrucción de la misión Jesuita de Nuestra Señora del Pilar, que dio origen a la ciudad de Mar del plata, y muy cerca de allí esta el Museo Municipal Jose Hernandez que funciona en lo que fuera el casco de la antigua estancia Laguna de los Padres, de la que se conserva gran parte de la construcción original, y que debe su nombre a que en ella vivio varios años el creador del Martin Fierro. La laguna es ideal para pasar un día en familia y practicar actividades náuticas, pescar, observar aves y hacer un asado en los lugares habilitados. El atardecer en la laguna es un momento digno de disfrutarse. Los últimos rayos del sol se filtran entre el frondoso bosque iluminando la laguna de colores amarillos y rojizos.

Regreso a Mar del Plata y es hora de pensar en la cena, y porqué no pensar en alguna de las varias opciones gastronómicas que ofrece el puerto para comer pescados y mariscos.

Para el regreso, y si aún nos quedan ganas de aventuras, vale la pena tener en cuenta algunos lugares que siempre pasamos por alto, pero que frecuentemente despiertan nuestro interés y bien valen la pena nuestra atención. A poco de salir de Mar del Plata, y pasando el pueblo de Vivoratá, sobre el lado izquierdo se encuentran las ruinas de una antigua iglesia conocida como la Iglesia Eustaquio Uristizabal. Cuenta la historia que se construyó en el año 1906 por orden de Micaela, esposa del estanciero Eustaquio Aristizabal cuando falleció su esposo como una forma de recordarlo y depositar en su sótano sus restos y también los de otros miembros de la familia. Allí se celebraban misas a las que concurrían los miembros y vecinos de la comunidad. Pero la muerte de Micaela precipitó el fin de las celebraciones religiosas y el templo quedó en desuso y luego en estado de abandono por lo que se fue deteriorando paulatinamente. Más de un siglo después el templo sigue en pie al costado de la ruta, como un viejo guerrero que se resiste a morir. Aún sin puertas ni ventanas, con sus paredes amarillentas, con el techo y la cúpula derrumbados y muy deteriorado este viejo coloso no ha perdido su majestuosidad y está allí para recordarles a los viajeros que detras de sus viejos muros hay una historia que contar. 

Leandro Bandoli


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